17 septiembre 2006

EL TRÁFICO: Legislación

Con la tecnología actual, si yo fuera ministro, promulgaría una ley por la cual todo automóvil saliera con un equipo electrónico configurado de tal manera que, al sobrepasar la velocidad máxima establecida por la ley, automáticamente se efectuara una autodenuncia electrónica con copia a las autoridades de tráfico y transferencia instantánea desde el banco del infractor hacia las arcas del Estado.

Como creo que soy, aunque a veces no lo parezca, menos rácano que los que llevan el ministerio de Hacienda, el importe de una de cada cinco multas iría a parar, al azar, a la cuenta de uno de los miles de conductores que no hayan cometido infracciones en los últimos cinco años.

Siguiendo con el mecanismo de autodenuncia, el cual tendría como parte fundamental la identificación del conductor mediante muestras del ADN - sin las cuales el coche no arrancaría - se podría permanecer dos minutos a esa misma velocidad. Pasado este periodo de gracia, o si se volviera a repetir la infracción, el proceso de castigo automático se repetiría, esta vez con un recargo del 5 %.

En todos los casos, en el panel de control del automóvil se iluminaría un letrerito en rojo con las palabras “FELICIDADES: MULTA DE 350 EUROS”. Evidentemente, si no hay saldo en el banco o los intentos fueran en número exagerado, un gran letrero luminoso en el exterior del automóvil con las palabras “COCHE EMBARGABLE” junto a una poderosa alarma y una llamada automática a la patrulla de policía más cercana, se activarían sin posibilidad de evitarlo de modo alguno.

Se tendrían, no cabe duda, detalles humanitarios con el conductor para seguir su viaje en transporte público, a pesar de haber puesto en peligro la seguridad de los demás. Por esto se le obsequiaría con un billete de autobús con destino libre dentro del territorio nacional, y una fantástica camiseta con el lema “Hago deporte porque no sé conducir”.

El coche incautado pasaría a ser subastado inmediatamente a través de Internet con el precio inicial de 1 euro, aplicando los mecanismos técnicos necesarios para que no fuera a parar a manos de conductores sin escrúpulos.

Tal vez bastaría, para que no se sobrepasase en ningún caso la velocidad máxima permitida, que los coches salieran de fábrica con un limitador de velocidad incluido de serie. Pero entonces, claro, sería como tener 250 caballos eunucos en el utilitario. Y el ser humano no está acostumbrado, desde lo de la manzana, a que no tenga la posibilidad de pecar. Lo que ocurre es que si la tiene, peca.

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